PREVENCION DE DROGODEPENDENCIAS
La prevención de
las adicciones -no sólo de la drogodependencia, sino otras que no
implican necesariamente una sustancia determinada-, a pesar de
que cuenta con una corta historia, ha pasado por diferentes cambios
en su evolución.
Fue en
la década de los 80 cuando surge, desde iniciativas puntuales, la
prevención de las adicciones a sustancias, aunque circunscrita al
ámbito escolar. Se trataba de una prevención primaria, de carácter
informativa y centrada en los alumnos, ya fuese a través de
charlas de policías o de ex-toxicómanos, con bastantes conceptos que
hacían referencia a estereotipos manejados por entonces cuando se hacía
referencia al mundo de las drogas: «Drogadictos»,
«delincuentes», «heroinómanos», «viciosos», «jeringuillas»...
A
nivel comunidad, las acciones emprendidas se caracterizaron por la falta
de
metodología y cierta ambigüedad de los programas, centrados sobre
todo en la formación y sensibilización sobre drogas «ilegales», en un
intento de reducir el consumo. Es llegada la década de los
90 cuando se evoluciona hacia la prevención con programas de
promoción de la salud dirigidos tanto a escolares como a padres y
educadores. Se trabaja ahora también las drogas «legales», los
valores y habilidades sociales y se elaboran publicaciones y
material didáctico sobre este tema, fundamentalmente desde las
Comunidades Autónomas y asociaciones de ayuda al
drogodependiente.
Parejo a todo ello
surgen inquietudes asociativas, principalmente de madres y padres
afectados, para buscar soluciones al problema de las drogas,
ante la inoperancia de la Administración, reclamando atención y
centros de tratamiento para sus hijos. Se combatía la droga y el tráfico
con manifestaciones populares, lo que tuvo un eco social
importante reflejado en todos los medios de comunicación, tanto que
el tema de la droga y la inseguridad ciudadana llegaron a ser dos de las
mayores preocupaciones de los ciudadanos.
Hoy en día,
aquellos primeros pasos han dado como fruto la profesionalización de las
entidades y una mayor coherencia y eficacia en los
programas, ya sean libres de drogas en comunidades terapéuticas y
unidades de día o de mantenimiento con metadona, aunque una buena parte
de la atención a drogodependientes sigue en manos de
centros con fundamentos religiosos regidos por ex-toxicómanos.
En el ámbito
comunitario comienzan a surgir los planes autonómicos sobre drogas y los
planes municipales, que perfilan y diseñan las actuaciones
en materia de prevención, asistencia o reinserción. Surgen,
consecuentemente, programas comunitarios en barrios concretos, con
profesionales de la salud y el trabajo social que coordinan todo el
abanico de voluntarios y entidades juveniles, sociales, vecinales y
otras instituciones implicadas. A todo ello se suman otros programas
específicos, ya sean de incorporación social,
ocupacionales, asistencia jurídica y penitenciaria, pisos de acogida
o de inserción, centros de día, etc. Aunque queda bastante por hacer,
muchos jóvenes han recuperado su salud, su autonomía
personal y han mejorado su calidad de vida, disminuyendo
consiguientemente el deterioro familiar y social.
Pero la prevención
sobre drogas hay que enmarcarla dentro del concepto genérico de
promoción de la salud (bio-psico-social), ámbito más amplio
que la prevención específica, inespecífica, primaria, secundaria o
terciaria, pero siempre adecuándola a realidades concretas y prestando
atención a los grupos de riesgo, promoviendo actividades
hacia la población juvenil y coordinándose entre los distintos
servicios y agentes sociales. Por eso, y para no caer en errores
anteriores o repetir acciones fracasadas, habrá que partir de
datos, estudios y análisis, además de conocer y optimizar los
recursos institucionales y sociales o crear los necesarios.
Tampoco podemos
olvidar que la comunidad, en su conjunto, debe afrontar el problema
social que supone el uso y abuso de drogas, por lo que su
participación debe ser estudiada y motivada si queremos que este
complejo problema de salud sea abordado de forma global e integral.
Después de
afrontar durante dos décadas el problema de las adicciones en su aspecto
de desintoxicación e inserción, todos los expertos ponen el
énfasis en la necesidad de articular medidas preventivas que, con
objetivos, metodologías y evaluaciones contrastadas, permitan detectar
necesidades y darles respuestas. Para ello, es ineludible
promover programas adaptados a cada realidad, con controles de
calidad y continuidad en el tiempo. Además, se insiste en la creación de
recursos y actividades, en la formación de los agentes
sociales y en una coordinación efectiva.
La educación para
la salud o la intervención comunitaria pueden ser instrumentos
metodológicos para conseguir, por una parte, que el individuo
sea el protagonista en la promoción de un estilo de vida más
saludable y, por otra, que la comunidad se capacite para encontrar
soluciones a los problemas que se gestan en su seno. De ahí que las
acciones con un marcado carácter preventivo tengan que desarrollarse
desde la cercanía a la población y con la participación de ésta. Por
eso se puede dudar del éxito de un programa si los
sectores y agentes sociales -colegio, parroquia, centro social,
centro de salud, sindicatos, asociaciones de padres y madres, vecinos,
maestros, educadores de calle, farmacéuticos, monitores...-
no se comprometen con sus fines o los profesionales responsables del
programa no buscan la coordinación y el intercambio.
La Salud ya no se
entiende como la ausencia de enfermedad, sino como la situación de un
completo bienestar a nivel físico, psíquico y social, tal
y como la definió la OMS:
«La
Salud es el equilibrio y la armonía de todas las posibilidades
biológicas, psicológicas y sociales que puede desarrollar la
persona. Este equilibrio exige, por una parte la satisfacción de las
necesidades fundamentales del hombre. Estas necesidades son
cualitativamente las mismas para todos los seres humanos:
Necesidades afectivas, de nutrición adecuadas, de cuidados
sanitarios, de educación y de bienes sociales. Por otra parte la Salud
supone una adaptación siempre renovada a un medio en constante
cambio».
También debemos
entender por Salud una manera de vivir cada vez más autónoma y
solidaria, lo que significa poder evitar la enfermedad o curarla,
así como tener el nivel de vida y cultural suficiente para construir
el propio estilo de vida de una manera libre, responsable y feliz. Por
eso, el mantenimiento de la Salud requiere de una
responsabilidad creciente de los individuos de las familias y de las
comunidades frente a los riesgos que la amenazan, lo que implica la
necesidad de una aproximación pluridisciplinar y
multisectorial a los problemas que le afectan.
Creemos que es
evidente que toda acción educativa, aunque no se relacione directamente
con problemas sanitarios, constituye un eficaz medio para
elevar la salud de los individuos y de la comunidad. El papel del
educador como agente de salud ha sido reconocido por todos los
estudiosos del tema al asumir su propia responsabilidad en la
acción que emprenden entre individuos y colectividades como
promotores de salud física o psico-social. Ello implica necesariamente
que deben adquirir conocimientos básicos sobre la problemática a
la que normalmente se enfrentan, más aún si lo hacen entre
colectivos marginados socialmente como en el caso de los Educadores de
Calle.
Un aspecto
importante de la prevención correspondería a la familia, primer educador
del sujeto. Habrá que devolverle, por tanto, ese protagonismo
que a veces se ha delegado a la escuela, articulando los medios
precisos para que recupere su papel socializador y asegure el proceso
educativo de hijos e hijas. Para ello no sólo deberá disponer
de los recursos vitales para su sostenimiento -vivienda, trabajo,
sanidad...-, sino que habrá que poner a su alcance otros medios que le
faciliten esa tarea impostergable, que necesariamente se
desarrolla dentro de una comunidad. Esto nos conducirá a demandar
servicios que, por su naturaleza, no solapen ese papel protagonista,
sino que lo realcen y estimulen: Escuelas de padres,
orientación familiar o cualquier otro que cubra las carencias
descubiertas.
Desde esta
perspectiva, y teniendo en cuenta a quien nos dirigimos, se ha realizado
este Manual que permitirá, sobre todo a los educadores y
educadoras, adquirir los conocimientos básicos sobre las
características fundamentales de las sustancias en mayor uso, con una
breve visión histórica sobre las mismas, los dispositivos
asistenciales, las estrategias de mediación educativa, los recursos
disponibles y la planificación de la intervención preventiva.
Pretendemos que a
través de la lectura y reflexión de los contenidos y conceptos se
obtenga una visión amplia sobre estos aspectos que forman
parte de una acción integral ante las drogodependencias, con el fin
de no demorar más la cuestión más olvidada: La prevención. Así,
conociendo las características socio-psicológicas que nos
permiten identificar a las personas en riesgo o potenciales
consumidores de drogas y detectando cuáles son los ambientes
socioculturales que favorecen su consumo, podremos promover actuaciones
adecuadas en los diferentes ámbitos y situaciones.
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